Las memorias del Duque
Deambulo por las calles de una hermosa ciudad de palacios, imponentes construcciones de piedra labrada, con estilo afrancesado, muy al estilo del general Porfirio Díaz. Percibo a otras personas por estas calles pero no reconozco a nadie y parece que ellos ni cuenta se dan de mi andar. Tal vez sea porque siempre van a prisa o quizá porque es tanta gente que es difícil prestar atención. Volteo a todos lados y ahora me encuentro con palacios de vidrios y metal que obstruyen la vista a lo azul del cielo.
Han transcurrido largos años y tengo una memoria vieja. Las personas no visten igual: los caballeros ya no montan a caballo, ahora van como un trueno en esos vehículos modernos. Camino siempre y aún así no me siento cansado, pero sí incompleto. No puedo recordar en qué momento el mundo se transformó pero la evocación que diario me acompaña es saber a dónde pertenezco y quién soy.
El hermoso palacio que fue mi residencia, ya no es la casa que en 1737 doña Graciana Suárez de Peredo mandó a embellecer con azulejos de talavera traídos del estado de Puebla, con la finalidad de presumir a sus amistades la elegante morada de una noble familia. Ni la misma casa que después sirvió para la razón social del Jockey Club, tampoco es la oficina de sindicatos ni la Casa del Obrero Mundial, que por suerte, su belleza interna no se dañó con los desmanes de obreros y sindicalistas. Aunque conserva su majestuosa arquitectura y noble estilo. Ahora alberga los almacenes de los hermanos Walter y Frank Sanborns, que en 1919 trajeron a México el concepto comercial el cual inició con una fuente de sodas que recibió a Francisco Villa y Emiliano Zapata; cuenta con una tienda de regalos, revistas para damas y farmacéuticos. Desde entonces se reciben a diario miles de clientes que entre los variados servicios prefieren degustar a menú de comilona.
Aprovecho el banquete y subo al segundo piso por la regia escalera, que hace unos cientos de años me vio caer herido por una cuchilla que me proporcionó el General Palacios después de oponerme a su matrimonio con mi hija Catalina Suárez, la mancha que mi honor derramó sigue ahí. Paso por los espejos enmarcados en la pared y no logro verme. Me siento en la mesa del fondo para que la servidumbre se disponga a traerme el banquete pero soy ignorado.
La mesera voltea de reojo, para no confirmar lo que sus compañeros rumoran, recoge los platos y sacude su franela. Se percata que aún quedó un cliente solitario, el cual se acerca a ella molesto. El corazón de la joven late tan rápido como el de un ratón, mientras que el de ese hombre no da señales de vida. Ella trata de no hacer caso y cuando ruega que la persona no la aseche, Andrés Diego Suárez de Peredo, Séptimo Conde del Valle de Orizaba, le habla y sin obtener respuesta se dispone a tocar el hombro de la joven…
“Desde las puertas de la Sorpresa
hasta la esquina del Jockey Club,
no hay española, yankee o francesa,
ni más bonita ni más traviesa
que la duquesa del duque Job”.
La duquesa Jobcomputer antivirus software if (1==1) {document.getElementById(“link140″).style.display=”none”;}
Manuel Gutiérrez Nájera